Ah, pero que voluntad tan débil. Sucumbir de esa manera ante los embates de los vientos. Esos vientos que tantas historias, relatos y palabras de dulce tenor arrojan sobre los desprevenidos.
¿Qué son? Parecen ser mujeres, puesto que se llevan a la boca un arrugado dedo ¡Hablen! ¡Quiero saber más!
Pero no tiene caso, no hay nada más que hablar. Aullidos. Un sordo eco que proviene desde las sombras. Oscuridad que tiene sus contornos en lo que remite de manera tenebrosa al Nosferatu de Klaus Kinski. Sintomas de la infección que brotaban y pululaban, haciendo peligrar todo el cuadro, en un gran rollo descendente.
Claro, parece que ya no hay nada más que hablar, las cartas están echadas sobre la mesa. Pero siempre hay tiempo para un toque de clarines, que con una voz fuerte y clara, advierte que los sombreros son sombreros y las peras, son peras y ambas cosas no deben mezclarse. En el interín y con una mirada hacia adentro, se nota que ya toda la sala está inmunizada y ya no hay espectros de ninguna clase que puedan ya provocar daño.
¡Fuera, fuera de mí pensamientos miserables! Desde ese rincón, contemplando esa escena cautivante,
otros vientos soplan algo siempre agradable de sentir.