lunes, 26 de diciembre de 2016

Daniel Viglietti - Canción para mi América


Tras un hiato lleno de las promesas de rosas y los claveles y las amapolas, levantó vuelo una vez más. Como en un viejo casette que se niega a las falsedades de cromo y pronuncia su genuino presente, el eco de su voz fue el de ser una crisálida única en su especie. En 24 horas concentraría todas sus pasiones, su amor, sus juegos, sus decepciones, sus esperanzas… Y al final la muerte.
Al día siguiente un navío tropieza en una peña o isleta que no vieron y en su hazaña de salir indemnes de la amenaza, el capitán retoma el control de su nave, tomando el timón con todas sus fuerzas. Ya caída la noche y con la embarcación en el camino firme hacia mayores aventuras y la gran pesca, el capitán cae en un profundo sueño. Lleno de la dulzura de un nuevo encuentro y cargado de una fuerte conexión colectiva que le dice con voz diáfana e ininterrumpida:

"Beso mares de algodón, sin mareas, suaves son, sublimándonos, despertándonos. Somos seres humanos, sin saber lo que es hoy. El vino entibia sueños al jadear, desde su boca de verdeado dulzor y entre los libros de la buena memoria, se queda oyendo como un ciego frente al mar. Mi voz le llegará, mi boca también. Tal vez le confiaré que eras el vestigio del futuro. Ah, son los hombres en tu paraíso, nunca entenderán como es tu alma oh...".
Una vez despierto del plácido sueño del que no quería salir, la voz de lo alto anunciaba fuerte y claro: "¡Tierra! ¡A desalambrar, a desalambrar!".