La pequeña llama
Juana y Ceniza juegan en el balcón. "Hace frío ahí afuera, abrigate", le dicen. A ella no le importa, sabe que a Ceniza llaman la atención los bichitos que de tanto en tanto aparecen entre las plantas y que su amigo bigotudo siempre está presto a cazar de un bocado.
Dino, Marisa, Clara (la del perfecto flequillo negro y ojazos como dos bolitas con las que jugarías en la plaza, hasta meterlas en el hoyito de tierra); Juana tiene un montón de amigos en 1º A. Pero su vínculo con Ceniza es otra cosa. Piensa en él. Casi toda la mañana y gran parte de la tarde piensa en él. Cuando ya no aguanta más, saca de un bolsillo de la mochila una foto que su papá le sacó a los dos jugando en el balcón, con esas cámaras que tienen un rollito adentro y tenés que esperar algunos días a que unos señores las revelen, según le explicaron.
90 días tenía cuando se lo trajeron y a pesar de la dueña de la gata mamá quería ponerle a esa cría "Tutuca", como llegó de regalo, fue su derecho ponerle el nombre que ella quisiese. Ceniza. En las largas horas que pasaban juntos, Juana y su gato hacían de todo. Desde el segundo piso en el que viven, miran los coches y colectivos pasar durante largo rato. Juegan a ver que tanto frío o calor tiene la gente, según que tanto pasa abrigada tal o cual persona. Es que el tiempo está loco. Según cuanto ondule la cola Ceniza, será signo de que ella le cuente alguna historia. O de los largos en que un Sapo descubre Buenos Aires, o de los cortos sobre chistes de payasos.
A veces, no conversan de nada. Ni ella cuenta historias, ni él dice miau. Sólo miran la calle mientras el papá pone un disco de esos de tango, de un señor que le dijo chau a su "Nino", o algo así. También disfrutan mucho de ver tele, lo que haya para ver. ÉL comodamente en su regazo, mientras ella acaricia su grisáceo pelaje varias veces.
En los días de lluvia, se quedan en su cuarto y juegan a que están en un galpón enorme con telas rojas, gordos conejos azules que caminan en dos patas y enormes dragones chinos con forma de yaguareté y también aparecen montones de coloridos ovillos de lana por todas partes.
El tiempo pasó ¿Tres semanas? ¿Algunos meses de clases? El tiempo está loco. Martina se ve muy seguido con Dino, Marisa y Clara. Va a sus casas y a veces se queda a dormir. Empezó natación y coro.
Juana está triste. Ceniza ya no se acerca a comer de su platito cuando Juana se sienta a almorzar. La mayoría de las veces en que ella sale al balcón, el gato no la espera y se va, saltando por los tejados. Ya no encuentra su mirada. Esa mirada de luna, de sueños de patas que se agitan y remontan vuelo como una mariposa, esa mirada como un canal de transmisión para contarle todo lo que le pasa. Para escuchar y compartir.
"Está creciendo Juana, arañaba, hacía pis en cualquier lado, no se adaptaba", "esta casa es chiquita, entendé, allá va a estar mejor"; varias justificaciones le dijeron, pero ninguna le alcanzaba. Juana quiere ver a su amigo. Volver a jugar, a compartir lo que cada uno tenga ganas de decirse.
Ella está segura, no importa como, sabe que volverán a verse.