Llegando a Siestalandia.
El anhelo tan buscado, tan esperado por tantos ¿es que podría haber otro destino más soñado que Siestalandia?
Al ingresar un flaco alto (de unos 1, 91 mts) y gentil recibe a los visitantes con un licuado de banana grande. El modo más sencillo de llegar sin extraviarse, es siguiendo aquella estrella roja que se encuentra siempre detrás tuyo y aquel par de faros color esmeralda que te sumergen en caleidoscopios de ilusiones, siempre vivas.
Una vez allí, antes de introducirse en el reinado del letargo, animadas charlas se sucederán entre mates y cigarrillos. Inmediatamente, llegan las sonrisas. Llegan por los cuatro costados y son de esas que manifiestan con bailes en zig zag la felicidad mutua (y algo loca).
En aquellas tierras, el clima húmedo frecuentemente causa copiosas lluvias, luego de las cuales aparece un vistoso arcoiris y a su final, el tesoro más preciado; un alma de diamante, hecha de complicidad, confianza, candor y otro poco de misterio.
En Siestalandia suele hacer bastante calor. No obstante, como allí todo es posible no se corta la luz y los ventiladores siguen refrescando a la hora de la siesta. Además, el río siempre está a unas pocas cuadras de distancia para aplacar el calor.
Como no podía ser de otra forma, Siestalandia es tan solo una estación más en el recorrido.
Le siguen La sandía que se expande eternamente, Vuelta a Siestalandia y luego Spinettalandia.