Una de las tantas cosas que disfruto mucho de mi laburo como bibliotecario escolar, es narrar. Técnicamente no es eso lo que hago, ya que narra el que prescinde del libro. Pero yo nunca leo “leyendo”. A mi me encanta interpretar lo que leo, en el momento. Narro.
Hace un rato, le narre a 5° B “Los crímenes del mago Infierno”, de Franco Vaccarini, una divertida novela sobre las aventuras y desventuras de dos chicos en edad de segundo ciclo de la escuela primaria, que descubren los misterios detrás de un mago que visita su pueblo.
El nivel en el que esos niños captan cada detalle y lo expresan, luego del pedido de la maestra, es tan lindo y valioso como esa mariposa marrón, rojiza y negra que se posa en el caño de la bicicleta, antes de rodar y comenzar el día. Los pasos lentos y pesados del robot infrahumano, su voz apagada, no se les escapó detalle alguno.
Lo mejor de lo mejor, fue descubrir la novela junto a los chicos. Detenerse, regodearse en cada pausa, colocando los énfasis que Walter e Ignacio (los protagonistas) tienen en sus diálogos sobre las agresiones del grandote Otto; jugar con ellos y para ellos en la lectura y así darle vida. Otra vida. Fue la primera vez que la leí (hasta el segundo capítulo) y
lo mismo ellos al escucharla.
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