Cuando una etapa se completa y acaba lo que era claro que en algún momento iba a culminar, puede que no se sepa bien donde pararse. Es similar al sabor de algo agridulce. Es triste a un tiempo, pero a su vez, lo que estaba vivo, gozando de tan buena salud, mostrándose ante todos, fue de un gran disfrute al hacerlo y por sobre todas las cosas, dejó muchas enseñanzas.
Mientras duró, dejó la lección de que el sueño se hizo realidad y de que ese mundo maravilloso era y es posible, al margen de cualquier lugar común y de recursos remanidos. Invaluable también, como lección, el ser visto y demostrar, mostrar, algo que ofrecer, algo especial, prácticamente como una libra de carne exigida por un mercader de Venecia al que solícito, se le da todo lo que pide, gustoso de hacerlo.
Una puerta se cierra, pero al mismo tiempo cientos de otras prometen nuevos proyectos a los que lanzarse sin red, sin mirar hacia abajo, sacando todo tipo de conejos de la galera, sin importar su color ni tamaño.
Es probable que algo así haya sentido uno de los tres mejores guitarristas del Rock. Él, que con su voz tan colmada de sentimientos, se lanzara en su momento a
su segunda aventura en eso que te empuja a que te mandes con lo que sea que te propongas.
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