miércoles, 30 de abril de 2014

Tierra Santa - Medieval - 1997

Está viva. Su forma es nítida, definida, se la siente moverse; algunos quieren tomar algo de ella, otros se mantienen expectantes ante lo que tiene para ofrecer y están quienes se van, luego de verla, con una sonrisa reflejada en su cara. Quien sabe cuantas sensaciones e impresiones de lo que ella tuvo para darles con sus trece órganos vitales, con sus trece miembros en su torso, allí entre esas cuatro paredes.
Si con hacerlo quedara hecho, si su magia, tan deliciosa de saborear, para quienes metieron sus manos, su imaginación, su espíritu para darle forma, si eso ocurriera, quizás su estampa quedaría marcada a fuego en las retinas de los testigos para siempre. Eso podría ser más trascendente que la corporalidad de la materia tenga su soporte en los bolsillos, por los tiempos de los tiempos venideros.
Escapando a los preconceptos de figuras de bronces, poses declamatorias e interpretaciones del mármol en el que debería apoyarse la Historia, ciertos juglares medievales, de gran valor, tienen algo que decir. A capa y espada.

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